El glaucoma es una enfermedad
crónica en la que el aumento de presión del ojo causa
una destrucción irreversible del nervio óptico, con la
consiguiente disminución progresiva del campo visual,
y finalmente la pérdida de la visión. El tratamiento actual
de esta enfermedad consiste en disminuir la presión ocular
por medio de medicamentos (colirios, comprimidos, etc),
laser y/o cirugía.
Los riesgos más importantes derivados de la anestesia
(tópica, locorregional o general), si bien son muy poco
frecuentes, son los siguientes: ptosis palpebral, hemorragia
retrobulbar, oclusión de la arteria central de la retina,
lesión del nervio óptico, perforación del ojo, complicaciones
cardiorrespiratorias de intensidad variable (eventualmente
mortal) y reacción tóxico-alérgica.
Las posibles complicaciones
más importantes son las siguientes: desprendimiento de
retina, catarata, glaucoma maligno (es decir, subida de
la tensión ocular tras la operación, que obliga muchas
veces a la extracción del cristalino), pérdida de la visión
o del ojo causada por hemorragia expulsiva o por infección
(endoftalmitis), disminución del campo visual y/o de la
visión, inflamación grave, hemorragias intraoculares,
filtración excesiva del líquido interno del ojo (humor
acuoso), desprendimiento de coroides. Pueden ocurrir otras
complicaciones de menor importancia.
A veces no se
consigue disminuir la tensión ocular con una sola operación,
y hay que realizar nuevas intervenciones o añadir tratamiento
médico.